"Teníamos un pequeño esclavo que habíamos contratado de alguien allá en Hanníbal. Era de la costa Este, de Maryland, y había sido separado de su familia y amigos y traído a la mitad del continente americano y vendido ahí. Era lo que se puede llamar un espíriu alegre, inocente y amable, y quizás la criatura más ruidosa que jamás haya yo conocido. Se pasaba todo el día cantando, silbando, gritando, chillando, riendo: era enloquecedor, devastador, insoportable. Por fin, un día, perdí mi paciencia y me fui encolerizado a donde se encontraba mi madre y le dije que Sandy se había pasado toda una hora entera cantando y sin un solo minuto de descanso; y que yo no podía ya soportarlo y que por qué ella, por favor, no le hacía callar. Las lágrimas asomaron a sus ojos y el labio superior le empezó a temblar cuando dijo algo parecido a esto:
-Pobrecito; cuando canta, demuestra que ya no se acuerda y eso me consuela. Pero cuando está callado me da miedo de que esté pensando y no puedo soportarlo. Nunca volverá a ver a su madre otra vez; y si puede cantar, yo no se lo debo impedir y sí estar agradecida. Si fueras mayor, seguro que me entenderías y entonces el ruido de ese pobre niño desamparado te pondría contento.
... y el ruido de Sandy ya jamás fue un problema para mí."
Este fragmento de AUTOBIOGRAFÍA de Marc Twain, se ha quedado grabado en mi memoria. Hace años que me acompaña y me ayuda, porque en casa tengo tres Sandys, je,je.
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