UN PASEO

Soleado día de ventisca. Acabamos de comer. Un botellín de agua, dos cuadernos de campo, un balón pequeño, comida para el benjamín que en el último momento coge una raqueta.

Primera parada “parque de las palmeras”. Manuel decide comenzar su cuaderno de campo con un precioso olivo pero ¡sorpresa! No llevamos lápiz y además Manuel quiere su cámara de fotos.
Rafa j. se dispone a jugar a baloncesto pero ¡el balón es pequeño!

Mientras Iván come, regreso para dejar la raqueta ignorada por todos (incluído Iván), traer el balón de Rafa y la cámara de Manuel junto con unos lápices, una goma y un sacapuntas.
El viento me anima a sacar una cometa que nos regalaron.
Ya no falta nada (eso creía yo…)

Reciben con alegría la cometa, acto seguido comienza una pequeña disputa para sujetarla. Primero papá (¿he dicho papá?) no, no, y no, Iván decide que nadie más que él volará la cometa. A continuación pide “un poquito” de ayuda. En la espera Rafa j. juega a baloncesto. En segundo lugar Manuel, y por último Rafa y papá, que son los únicos que consiguen elevarla (la cometa no tenía ganas de volar).


De repente, Iván pide agua, agua, agua. Me informan de que en mi ausencia tiró el agua al suelo. ¡Otro viajecito! Esta vez es papá el que traerá la ansiada agua para el cachorro y un yogur que pide con desesperación ( a falta de agua claro).
Mientras Rafa regresa a casa, nosotros seguimos el paseo.

Segunda parada, en la acequia, al comienzo de la huerta. Obsevamos con horror unas pilas, cristales rotos, zapatos, restos de aparatos eléctricos,… Entre esta aberración un cementerio de caracoles, entre los que encontramos dos vivos.

Rafa y Manuel atraviesan un cachito de huerta haciendo equilibrio sobre unos tubos grandes de riego. Yo, hago lo que puedo para retener a Iván, hay demasiados cristales rotos para dejarle sólo y mi calzado resbalaría en este terreno en pendiente.

Tatatachán! Aparece el salvador, papá con agua y yogur. Iván se balanza sobre su presa y todos tan contentos.

Después de esta pequeñísima pausa emprendemos la marcha, hacemos equilibrio sobre el tubo de riego.
Hay miles de caracoles, nunca había visto tantos juntos.
Los chicos descubren un teléfono que nos sorprende a todos: los canales de riego. Las aberturas para la salida del agua son unos cubos abiertos por arriba, por ahí introducimos la cabeza y nos comunicamos en la distancia.
Fue genial, la única forma de hablarnos ya que el viento era tan fuerte que las voces no se oían a unos metros.

Dos serranas y un zapatero.


Llegamos andando y canturreando por momentos hasta el siguiente pueblo y al regreso cruzamos unas palabras con unos agricultores que quitaban “malas hierbas” al perejil.

Esta huerta despierta en mí recuerdos de infancia. La niña que hay en mí visualiza con total nitidez una enorme selva (a parte de la perspectiva infantil, es cierto que en aquel tiempo la huerta era más extensa, no había casas en ella y sí muchos árboles frutales).
Me queda el recuerdo, a mis pequeños ... no.

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